martes, 8 de junio de 2010

LA UNIVERSIDAD DE ALICANTE PRUEBA QUE HAY UN FUTURO PARA LOS MENORES DE ACOGIDA

Una investigación de la Universidad de Alicante permite probar que la gran mayoría de los niños y niñas que han sido tutelados en programas de acogida al llegar a adultos acaban normalizando su vida. Este trabajo ha sido desarrollado por Francisco Javier Domínguez, profesor de Trabajo Social de la UA, y ha consistido en un seguimiento sobre la trayectoria vital de 40 de estos muchachos quince o veinte años después de haber sido tutelados. "El estudio revela que, contra lo que se suele creer, sí hay un futuro para ellos", señala.



El trabajo se ha desarrollado sobre chicos que estuvieron en la segunda mitad de los años 80 en régimen de acogimiento residencial, es decir, en pisos, dentro un programa piloto dirigido por Francisco Javier Domínguez, entonces uno de los coordinadores del centro Nazaret. Este régimen se llevaba a cabo en pisos comunes, donde grupos de 6 o 7 menores convivían con 3 o 4 educadores, en un ambiente de modelo familiar, un régimen por ello diferenciado del de los grandes centros de instituciones y del de acogimiento por familias en su propio hogar.



Explica Francisco Javier Domínguez que, ya en la UA, se preguntó sobre la evolución que habrían seguido aquellos muchachos, ya en la treintena y plenamente adultos. "Oí decir a una directora general que el itinerario de los menores en centros de acogida era de ahí al reformatorio y de él a la cárcel·, pero yo pensaba que no tenía que ser así". De los 40, muchos de ellos dispersos entonces por toda la geografía española, pudo localizar a 30, más otros 4 de los que obtuvo referencias indirectas y 2 que supo que habían fallecido. A los 30 localizados vivos les remitió un cuestionario detallado y a 15 de ellos los entrevistó en profundidad personalmente además, tratando de encontrar las razones de que a unos les hubiera ido bien en la vida y a otros no.
Del resultado de su investigación se desprende que habían normalizado su vida la gran mayoría, un 83% si se cuentan sólo los que recibieron el cuestionario, y un 88% si se incluyen los 4 de los que el investigador obtuvo referencia indirectas, todas positivas. Según sus puntuaciones, la situación de los 30 encuestados fue: 12 de ellos (el 40%) nivel de integración plena; 13 (43%), buena; 1(3%), en situación de vulnerabilidad: y 4 (el 13%) en exclusión social.
El baremo estaba establecido con puntuaciones positivas y negativas. Las positivas valoraban los siguientes apartados: trabajo y tipo de trabajo; vivienda, propia o alquilada; nivel de ingresos; estudios finalizados; estabilidad familiar; y red social de apoyo (amigos, parientes, compañeros de trabajo…) Puntuaciones negativas eran problemas con la policía, consumo de drogas, hijos en centros de protección, uso de los servicios de ayuda benéfica y actitud ante el maltrato de hijos o pareja. El perfil del 83% (88 si se incluyen los 4 de referencias indirectas) era en estos apartados entre muy bueno y aceptable. Las 4 personas en exclusión estaban en situaciones sociales muy deterioradas y dramáticas desde el punto de vista personal.
"Una de las cosas que pude comprobar es que hay casos en que chicos que salieron del régimen de acogida con muy buen pronóstico luego acabaron con graves problemas y, al revés, otros con mal pronóstico tuvieron una inserción muy positiva. La clave está en las personas con las que se encontraron, que facilitaron o entorpecieron su inserción. También comprobé que para ellos la figura de los educadores se había convertido en sus personas de referencia. Aunque en principio el acogimiento por familias en más favorable para la integración, el modelo de convivencia residencial que prima la relación cercana con el menor favorece un clima de bienestar", afirma.

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